lunes, 14 de abril de 2014

Razón o Revolución.


Razón o Revolución

“Dios que buen vasallo si oviesse buen señor” se lamentaba el vate en El Mio Cid y ese lamento sigue vivo siglos después. Con buenos vasallos, las monarquías serían buenas e incluso cabría decir que que buena monarquía sería España si tuviera una buena nómina de monárquicos. Pero no los hay. Históricamente, al poder representado por el monarca se han adherido siempre personajes en busca de autor (de poder, dinero y gloria) y no “leales servidores” de la nación.

Lo mismo cabe decir de las Repúblicas, desde los tiempos de Grecia o Roma, cuando se inventara el concepto, pero con una diferencia esencial: El advenedizo o valido en la monarquía tenía suficiente con la aprobación del monarca para medrar, (algo sencillo a veces) mientras que en las repúblicas se exigía la aprobación y la sanción del cuerpo electoral, en la forma que se acostumbrara, según los casos. Y eso dificulta la tarea. De hecho, la necesidad de la aceptación de la autoridad superior (Rey, Jefe del Estado, Khan...) por parte de los subordinados (nobles, burgueses, plebeyos...) era y es una necesidad para la buena marcha de las cosas públicas, de modo que ha sido muy frecuente combinar monarquía (entendida como poder supremo y dizque necesario) con elección de ese monarca por los considerados pares, en un momento u otro: Primus inter pares se decía antes y la “soberanía reside en el Pueblo” se dice ahora; la idea es la misma: si no hay aceptación o hay abuso de poder, el derecho de rebelión se legitima y la revolución se desencadena.

En España también podría decirse que la república sería la mejor forma de organización del Estado si hubiera buenos (y suficientes) republicanos. Pero el hecho es que tanto las monarquías fallidas en España (un buen manojo) como las repúblicas (dos) anteriores, en España, han demostrado que no tenemos “buenos monárquicos” ni “buenos republicanos”... ¿Es que no hay “buenos españoles” entonces? Muy triste sería esa conclusión además de falsa. Otra cosa es que no nos hayan dejado demostrarlo, y cuando quiera que el pueblo español haya intentado hacerse cargo de su destino, fuerzas retrógradas hayan conseguido, manu militari, impedirlo. Esa ha sido la historia.

Pero no podemos estar eternamente quejándonos: España es una unidad política desde los tiempos de Recaredo y ni siquiera la influencia del Islam en algunas zonas del país cambió el hecho esencial de un “alma hispana” que venía de antes y sigue vigente. Más bien fue esa hispanización de los gobernantes musulmanes la que condujo a su pérdida de influencia incluso en las regiones (taifas...) o reinos (un Califato, nada menos) donde más tiempo estuvieran. El pueblo español sabe poco de leyes impuestas y se adapta a lo que hay... Por eso existe aún.

España se consolidó en el siglo XVI y siguientes como el Imperio más grande nunca conocido y mientras muchos quieren hacer que las monarquías españolas fueron las que lograron ese “hito” (Carlos V o Felipe II sin duda tenían una visión global que otros no tuvieron) lo cierto es que fue el “pueblo español” (sometidas las noblezas tanto en Castilla, como en León y Aragón) el que hizo posible con su sangre y su trabajo esa expansión, acaso posible y forzosa, precisamente por la persistencia de instituciones feudales en España que hicieron necesaria la “migración” hacia América y otras partes de una población que no podía subsistir bajo el yugo de los nobles y los monarcas.

No reinventamos la república clásica pero bien cerca se estuvo. Por eso, cuando a finales del XVIII Francia se rebela contra sus reyes y poco antes las 13 colonias americanas lo hacen contra el rey inglés, les falta tiempo a los criollos españoles para alzarse contra los Borbones en España (que a la sazón se han “entregado” a Napoleón, acaso por ser franceses ambos...) y empiezan las declaraciones de independencia (y repúblicanas) en Colombia, México, Argentina y tutti cuanti...
En España se hace la primera Constitución (que si no es republicana es, acaso, porque el “enemigo de la patria” era la República francesa) en 1812, que ya establece los principios de la soberanía popular y desde entonces hasta aquí todo ha sido una pugna entre un pueblo español buscando sus libertades y unas instituciones arcaicas tratando de evitarlo. Eso fue el Siglo XIX y tres cuartas partes del Siglo XX. En 1975 se restauró una monarquía, con 40 años de retraso franquista y por obra de ese mismo régimen que se había impuesto a la II República en una infame guerra civil en 1936-39. La legalidad democrática republicana nunca ha sido recuperada por completo y solamente las maniobras de los cálculos políticos aderezados de amenazas de sable hicieron posible una “transición a la democracia” plagada de incongruencias democráticas, a saber:

  • La “nueva monarquía” se personifica en el hijo del “legítimo” heredero, Juan de Borbón, por otra imposición de Franco.
  • El orden sucesorio restablece la Ley Sálica y hace preceder al hombre sobre la mujer, algo irracional en sí mismo.
  • El principal partido de la oposición antes de la transición (el PCE) acepta la bandera franquista a cambio de su “legalización” y del fin de la represión y la cárcel.
  • El PSOE, en las primeras elecciones hace profesión de fe republicana en su campaña y en la redacción de la Constitución, para luego retirar la enmienda.
  • Un golpe en 1981 coloca un gobierno de facto que toma decisiones anti-democráticas (OTAN) que nunca se revocarían después, iniciándose el desprecio a la soberanía popular que se ha venido dando desde entonces por parte de los partidos gobernantes en esta nueva “Restauración”.
El papel que haya jugado el Rey de España en este proceso es irrelevante desde esta perspectiva: La soberanía popular consagrada al fin en la Constitución de 1977 (refrendada por el pueblo, por más que se empeñen en llamarla “del 78” porque entonces la “sancionó” el Rey, otro símbolo de sumisión impropia) ha venido siendo burlada sistemáticamente por los poderes establecidos, tanto legales como fácticos. Y ese es el momento en que nos encontramos hoy.

Hoy, 14 de Abril de 2014, cuando se cumplen 83 años de la proclamación de la II República, el sentido de ciudadanía me hace reclamar una salida democrática y republicana para España, que recupere la legalidad, la legitimidad, y el orgullo de ser español que nunca debiera haberse perdido. Como quiera que esas pérdidas se dieron al empezar la monarquía española a ser dependiente de Francia a finales del siglo XVIII, y para evitar enfrentamientos estériles entre españoles a los que nos dividen opciones ideológicas y territoriales que habrán de encontrar acomodo en una República laica, unitaria e igualitaria, en la que el único imperio sea el de las leyes que nos otorguemos, mi bandera para esa III República Hispana es la que fue hasta entonces la bandera del imperio español. No hay ninguna con más gloria y con más capacidad para acoger a todos.

Porque creo llegado el tiempo de la razón: el pueblo español ha demostrado de sobra su capacidad de sufrimiento y de aceptar y elegir los males menores cuando quiera que se le ha dado opción. Y la razón política en el mundo de hoy, desde 1776 al menos, está en la república como forma de Estado capaz de resolver los conflictos ordenadamente. En todo el mundo no hay otro criterio válido que el democrático y si alguna nación persiste en ser una monarquía, no fue sino después de que el pueblo dejase establecido de forma clara donde radica la soberanía. Las leyes han de basarse en la razón, o la revolución se hace inexorable, y ya no se conciben opresiones ilegítimas ni criterios biológicos sin sentido.

Porque es de razón, que viva la República.

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