lunes, 11 de agosto de 2014

Parábola para iniciados, 2. Piedras y Cordilleras.

El Cielo y la Tierra no tienen benevolencia,
para ellos los seres sólo son perros de paja.
El sabio no tiene benevolencia,
para él las gentes del pueblo sólo son perros de paja.

Tao Te Ching. Laocio;
V 49 A12

En Septiembre de 2011 escribía yo una Parábola para iniciados que explicaba algunas cosas relativas a los chivinos que mi amigo Francisco había oído que de vez en cuando soltaban nuestros antepasados por nuestro risco preferido y que volvían de siglo en siglo a vigilar como iba la cosa... Ahora ya no se sueltan chivos (tan tiernos ellos) sino cabrones redomados que te pueden hacer un siete y algo más como te pillen en una de sus embestidas. Pero se siguen practicando rituales antiquísimos para "salvar a la tribu" y de esto va, también esta parábola. Lo único complicado de entender en esta historia es cuales son las "tribus" a las que nos referimos, porque los delitos a purgar y los cabrones si son reconocibles fácilmente.
 

En unos altos cerros desde donde alcánzanse a ver con suerte hasta el Mediterráneo, o por lo menos una neblina que hace las veces, se refugian los hechiceros de la tribu para calmar a su único y verdadero dios, Mammon, por muchos nombres que reciba, y desde esas altas cimas arrojan a un cabrón de los dos que han llevado al efecto (antes eran chivos, pero vieron que con eso no se calmaba al ídolo). Uno de los cabrones (o machos cabríos si queréis ser fisnos) se le degüella y se le desangra sobre el ara sagrada de la tribu, para que se perciba claramente lo compungidos que están los lugareños con sus comportamientos que pestes tan mortíferas les han traído.

Se mata a ese mal bicho y se limpia el altar con sangre nueva... hasta los aztecas o los mayas, por remontarnos a culturas exóticas hacían cosas parecidas. Pero el rito de purificación es más preciso en las culturas mediterráneas (¡dónde va a parar!) y no se limitaban a sacrificar a una "representación" del mal sino que (por eso llevaban siempre dos) al otro cabrón lo dejaban suelto, vivito y coleando, para que se estableciera tranquilamente en otra parte y se llevara consigo el mal que ellos, naturalmente, no merecían.

Debía funcionar, pues hasta nombre recibió en distintas lenguas esa costumbre ancestral: El chivo expiatorio o el cabrón emisario, que portaba los males de la tribu y aquí todos felices comiendo perdices. Una especie de "potlach" o fiesta colectiva que también se llevaba a cabo entre tribus mucho más arcaicas allá por Vancouver o cerca, cuando Juan de la Cosa llegó con la buena nueva... Cosa vieja por demás pero la gente sigue tragando sapos y culebras cuando de salvar a la "tribu" se trata.
A los de las otras tribus, que los parta un rayo, que para eso son "otros"...

La parábola no necesita explicaciones. Pónganle, queridos niños, los nombres y las caras que quieran a estas tribus y a estos cabrones, al sacrificado y al suelto, que cada uno tendrá reconocidos a los suyos. La ilustración que yo pongo es simplemente para aquellos lectores a los que les gustan más las estampitas.

En Mérida y Agosto de 2014, (que ya son ganas).

Andrés Holgado Maestre, hechicero titulado de los vettones del medio.