Las encrucijadas difíciles
Hay
en una ciudad tejana una acequia que conduce el agua a un molino
hecho seguramente por paisanos nuestros hace unos trescientos años,
para proveer de harina, de maíz y para hacer tortillas seguramente,
a una de las cinco misiones que se construyeron en San Antonio, en
Tejas, a principios del siglo XVIII.
El molino tiene esas
rotundas piedras que han justificado el dicho de “hacer comulgar a
alguien con ruedas de molino” como equivalente a querer engañar a
alguien y que acepte como ciertos argumentos difíciles de digerir.
En tiempos como estos, de ríos revueltos llenos de pescadores
ventajistas, ese parece ser el deporte nacional. Y la historia que
sigue, desde luego difícil de entender desde una perspectiva
puramente racional como la que uno humildemente trata de mantener, es
poco verosímil pero bien cierta y no tiene por objeto engañar a
nadie ni beneficio alguno me reportará contarla. Pero es de esas
cosas que le pasan a la gente cuando ha vivido unos cuantos años y
no queda otro remedio que contarlo. Y en estos tiempos en que la
realidad diaria es tan grosera, a lo mejor los recuerdos nos ayuden.
La
Misión se llama San Francisco de la Espada, es la más pequeña y
humilde de todas, en uno de los barrios pobres de la ciudad, y sigue
abierta al culto católico, como otras tres de las cinco. La quinta
está abierta a otro tipo de culto y se llama El Alamo. Pero esa es
otra historia que habremos de tocar otro día, ya que mucho del
presente de Tejas tiene que ver aún con aquellas gestas. Incluso esa
campana rota de la espadaña dará para otro relato. Hoy toca contar
historias distintas, de otra naturaleza...
Todo
el recinto de la Misión de la Espada y sus dependencias forman parte
de un parque federal protegido y en su límite oriental hay una vía
de tren, que discurre por su arrecife, algo elevado sobre el nivel de
una calle paralela que, en un punto dado, acaba y desemboca, cruzando
la doble vía hacia la izquierda, en otra calle en ángulo recto con
la primera y que está en ligera pendiente de subida desde las vías.
El paso a nivel, sin barreras, parece uno de esos boldos que tanto
gustan aquí y que tan mal se construyen, de modo que no es un paso
fácil. Cabe decir que es una encrucijada difícil...
Hace
muchos años, según se cuenta en la ciudad (unos dicen que un coche
con una familia y sus tres hijos pequeños, otros que un
autobús escolar con diez niños y el conductor) un vehículo se
quedo bloqueado en ese cruce y un tren arrolló a los ocupantes. En
la ciudad se dice que si dejas tu coche parado, en punto muerto
sobre las vías, mirando hacia la calle que sube ligeramente, el
coche se desplaza sólo y suavemente hasta salir de las vías. Yo
viví unos años en esa ciudad, hace ya dieciséis años, y me llevaron
al sitio. Hice la prueba. Y funcionó.
Y
casi cada día alguien va a la zona, bastante despoblada por cierto,
y lo comprueba. Y se dice en la ciudad que algunos ponen talco en los
coches y luego se ven huellas en la trasera de los mismos. Y la gente
del barrio afirma que desde el accidente (que sitúan en los años
cuarenta) aquellos niños ayudan a los coches que se detienen allí,
empujándolos fuera del cruce. Y se dice en la ciudad que de esos
“ángeles de la guarda” serían las huellas que aparecen.
Esta
es una de las cosas, entre otras que ya contaré cuando se tercie,
más difíciles de creer y que he tenido la fortuna de vivir. Y como
ocurre con las otras, no me molesto mucho en convencer a nadie,
primero porque yo mismo no estoy convencido de nada, y segundo,
porque tengo suficiente con la satisfacción de haber experimentado
algo de lo extraordinario que este mundo tiene y nos ofrece.
Para
los incrédulos, como yo mismo, que quieran comprobarlo, ya he dicho
la ciudad y los parajes: las calles son Villamain (seguramente
corrupción de Villamanín, pues la ciudad de San Antonio entera está llena de
calles con nombres españoles, Merida – sin tilde, claro – o
Guadalupe, entre ellas) que es como se llama la calle paralela a la
vía, y Shane Street (algunos dicen que así se llamaba uno de los
niños…), que es la que empieza en el cruce con las vías.
No
son ruedas de molino, ciertamente, sino piedras de unos hitos que
me merecen ser recordados. Una reproducción de la Misión Espada la
tengo yo colocada donde le corresponde, en un agradecimiento
indefinible que le mantengo por otras ayudas, mucho más serias, que
recibí en aquellos tiempos. El coche me lo traje y está en
Extremadura también. Dieciséis años hace que volví y todavía,
sobre la algo desvaída pintura de la puerta trasera de la ranchera,
aún creo ver la huella que unos deditos dejaron aquella tarde…
Continuará...
Andrés
Holgado Maestre, en Mérida y Mayo de 2013